martes, 1 de julio de 2008

“EN ESPERANZA FUIMOS SALVADOS” SPE SALVI


El pasado año, y desde estas mismas páginas, presentamos la primera carta Encíclica del Papa Benedicto XVI dedicada a la caridad. Algunos meses después, el Pontífice nos regalaba otra carta Encíclica, esta vez dedicada a la virtud teologal de la esperanza. Nos ha parecido conveniente dedicar estas páginas de nuestra Revista de este año a presentar este documento que sale de la manos del Obispo de Roma y Primado de la Iglesia universal.

Comienza el Papa la Encíclica con las palabras de San Pablo en su carta a los romanos que da también títulos a estas letras: Hemos sido salvados en esperanza. La esperanza que hace fiable el presente y nos lanza a un futuro, que no es un Algo sino un Alguien. El futuro, y la esperanza por tanto, es Dios mismo.

La vida del hombre adquiere sentido cuando existe la esperanza, y una esperanza que no defrauda, es más, nos abre las puertas del futuro y nos muestra la herencia a la que hemos sido llamados en Cristo. Por eso el Apóstol de las gentes nos invita en la primera carta a los Tesalonicenses: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (4,13). Conocer a Dios es lo que significa recibir esperanza, nos dice el Papa.

Con un lenguaje directo y de gran profundidad, el Santo Padre nos va llevando por los caminos de la esperanza que han recorrido tantas personas y tantos pueblos a los largo de la historia; desde el Antiguo Testamento hasta el testimonio de hombres y mujeres que han sido testigos de la esperanza incluso en el siglo XX. Las expresiones del ser cristiano nos muestran también a lo largo de la historia el testimonio de la esperanza cristiana.

Hoy, como siempre, la esperanza es un gran signo para mostrar al mundo, por eso el Papa se interesa por el diálogo y la aportación de la visión creyente de la esperanza hace a las ideologías modernas; éstas transmiten, cuando lo hacen, una esperanza mundana –inmanente- que termina, generalmente, en vacío.

¿Qué podemos esperar?, se pregunta en repetidas ocasiones el Pontífice. Y es aquí donde es necesario ese diálogo del cristianismo con las distintas concepciones de la esperanza en el mundo de hoy, y es su concepción de la esperanza la que tiene que ofrecer al mundo. Claro que el cristianismo tendrá que empezar por preguntarse, y hasta aprender de nuevo, en qué consiste realmente la esperanza.

Dios es el fundamento de la esperanza, el Dios que tiene rostro humano, el Dios que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad entera. Y es que sólo el que ha sido tocado por el amor empieza a intuir seriamente lo que es la vida, y con ello lo que es la esperanza. Dios es quien sostiene nuestra esperanza, por eso Su ausencia deja la esperanza sin contenido.

Es necesario aprender y ejercitar la esperanza para hacerla una realidad en nuestra vida, por eso el Papa nos propone tres lugares para el aprendizaje y el ejercicio de la esperanza: la oración; el actuar y el sufrir; y el Juicio.

En el espacio que nos permite esta Revista de la Hermandad teníamos que hacer una opción a la hora de comentar esta Encíclica; creímos que sería práctico desarrollar estos tres lugares donde aprender y ejercitar esa virtud tan necesaria hoy y siempre como es la esperanza.

Partimos de una buena escuela donde dar los primeros pasos en la esperanza: la oración, el lugar de la escucha y de la respuesta íntima y sincera al Dios de la esperanza. Orar es desear y desear es esperar.

El actuar y el sufrir son también lugares para aprender y ejercitar la esperanza. Aunque el mundo de hoy tenga verdadera dificultad para aceptar las situaciones de dolor y sufrimiento, también en ellas podemos vivir la esperanza, incluso privilegiadamente.

Por último, el Juicio final es lugar para la esperanza. Introducirnos en las realidades últimas, desgraciadamente tan silenciadas en la vida pastoral, no sólo no nos invitan al temor sino que cultivan nuestra esperanza y nos abren a un futuro que tiene el sello del amor de Dios.

Os invitamos a entrar en estas páginas y descubrir el don que supone la esperanza cristiana.